martes, 19 de mayo de 2009

JUAN RAMON SANCHEZ CARBALLIDO: ¿Somos un Partido?

La Constitución Española de 1978 –que, con las reformas necesarias, Dios guarde muchos años-, establece en su Artículo 6 la cualidad de los partidos políticos como medios de expresión del pluralismo político, la voluntad popular y la participación política de los ciudadanos. Unas elevadas pretensiones a cuya altura los partidos al uso no siempre están en disposición de alzarse. De hecho, la sociedad civil viene reclamando tácitamente otras formas de participación alternativas y de ahí la actual pujanza del voluntariado o del movimiento vecinal, o del movimiento sindical en épocas más lejanas. De ahí también -atención a este punto- los elevados y persistentes índices de abstención en las convocatorias electorales y el acusado porcentaje de desencanto político resaltado por la demoscopia. Como colofón, de puertas adentro, la dificultad de muchos militantes de UPyD para comprender y definir este proyecto en los términos de un partido político, dada la aversión generalizada a ser identificados con aquello que los ciudadanos (cuyo sentido común no ceja de dar muestras de vivacidad) han dado en llamar “el politiqueo”. Con honrosas excepciones: conjunto de acciones tendentes a satisfacer el interés particular de los políticos profesionales, bajo la apariencia de prestación de grandes servicios a la sociedad.
Nuestro mismo nombre –Unión, Progreso y Democracia-, y aún más nuestro lema –Lo que nos une- resultan contradictorios con las concesiones a la parcialidad inherentes al concepto de partido, que significa parte, porción o sector. No estamos ante una simple discusión semántica. Quien se constituye en partido lo hace por lo general desde el a priori de una sociedad escindida, con intención de hacerse con la representación de una de las partes en oposición a las otras. Esa pugna suele confundirse con el pluralismo político pero, en rigor, supone una realidad de naturaleza muy distinta. Una sociedad plural no implica unívocamente una sociedad fragmentada. Sin embargo, la mentalidad misma de los partidos tiende a fomentar esa tensión artificial entre la ciudadanía llevándola, en ocasiones, hasta el paroxismo y la ruptura violenta. Lamentablemente, en España abundan ejemplos de esto último y no sólo en el pasado inmediato; se pudo percibimos por penúltima vez hace no muchas semanas en las inmediaciones del frontón de Andoain.
El pretendido fundamento de esta división es el reparto de la ciudadanía entre los sectores pretendidamente ideológicos de la derecha y de la izquierda política. Se trata, empero, de una distinción sólo operativa en los manuales de teoría política y defendida en exclusiva por los seguidores de Norberto Bobbio y por los funcionarios de partido, celosos de su estatus. En la práctica, las fronteras ideológicas no aparecen definidas con tanta nitidez. Cuestiones de índole moral, como en el caso del aborto o los derechos de las personas homosexuales, resurgen de vez en cuando para apuntalar la ficción de una percepción profundamente divergente del mundo, tintadas de rojo o de azul. Pero, por encima de las apariencias y ahondando en su ruptura con la anticuada concepción de la política, UPyD ha lanzado la propuesta de la transversalidad, cuya caracterización ofrece sin duda el tema para una futura reflexión. Baste adelantar, por el momento, que el carácter transversal surge para evitar la contradicción que se produce entre la voluntad de prestar el mejor servicio posible al interés general de la comunidad y la erección de celdillas teóricas, etiquetas excluyentes o compartimentos estanco herméticos desde los que otear de forma sesgada la realidad social.
El criterio habitual que emplean los partidos políticos para relacionarse con la sociedad tampoco conviene a lo que UPyD aspira a representar. En un evidente contraste con aquellos que se proclama en los mensajes electorales, los partidos al uso se hallan cada vez más distanciados de la sociedad a la que representan. Sus fuentes últimas de inspiración se alejan cada vez más de la realidad y se buscan con mayor asiduidad ora en los “papeles” de algún think tanks, ora en el último libro de un autor de moda. Nada que objetar –antes bien, todo lo contrario-, a esta figura del dirigente culto. No obstante, conviene refrescar aquella otra imagen del sabio abstraído que se precipita en una sima del terreno por caminar prestando más atención al cielo estrellado que al duro suelo que pisaba. Cada nuevo partido que surge en el panorama político (en el ámbito municipal de manera más que evidente) reclama para sí este contacto con la realidad cotidiana que las grandes organizaciones han perdido. Lo hacen, al menos, durante el lapso de tiempo generalmente breve que media entre su fundación y su propio y al parecer inevitable distanciamiento del entorno social, a la manera de un peaje que se ven obligados a abonar a fin de avanzar en su homologación con esos “grandes partidos serios” cuyas actitudes se afanaban en criticar.
Esta nómina de defectos constituye un déficit democrático del que nadie –hasta ahora- parece haber sido capaz de librarse. Para huir de esa mecánica perversa, la cuestión acerca de si UPyD es o deja de ser un partido resulta especialmente pertinente en estos momentos todavía iniciales de su trayectoria.
Un movimiento ciudadano constituido en partido. Puestos a comparecer con transparencia ante la sociedad, esta idea sí que parece definirnos de una manera correcta.


Juan Ramón Sánchez Carballido

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