miércoles, 21 de abril de 2010

ALEJANDRO ROA: Política y analfabetismo numérico

Por Alejandro Roa
Afiliado de Sierra de Guadarrama y miembro del Consejo Político Territorial de Madrid



En su simpático y al mismo tiempo inquietante libro El hombre anumérico (Innumeracy: Mathematical Illiteracy and its Consecuentes, 1990) el profesor de matemáticas y divulgador norteamericano John Allen Paulos hace un demoledor retrato de la sociedad de su país, perfectamente extrapolable al resto del mundo desarrollado, en el que la inmensa mayoría de sus habitantes tienen serios problemas para asimilar la información numérica. Y así, lo mismo que existe el analfabetismo literario funcional, consistente en saber leer pero no asimilar lo leído, existe el analfabetismo matemático, para el cuál Paulos inventó la palabra “innumeracy” (pues en inglés analfabetismo literario es “illiteracy”), posteriormente traducida al castellano como “anumerismo”, que se define como la incapacidad de comprender conceptos matemáticos aplicados en la vida real y, en un sentido amplio, la incapacidad de entender el mundo de manera científica y racional.
Como estudiante de Ciencias que era yo en los tiempos en que se publicó el libro en España, que fue muy poco después de su edición original, ya que Paulos era y es un divulgador bien conocido en nuestro país, no pude sino estar de acuerdo en la gravedad del problema que, si bien de modo amable, delataba su autor. Las consecuencias del analfabetismo numérico, incuestionablemente mucho más extendido que el literario, son demoledoras para los ciudadanos, que pueden verse sometidos a todo tipo de manipulaciones por parte de los más variados grupos de presión: empresarios sin escrúpulos, medios de comunicación que dan prioridad a sus propios intereses antes que a la veracidad de la información que transmiten, grupos ecologistas con mucha conciencia planetaria pero poco rigor científico, defensores de las pseudociencias, abrazaárboles, charlatanes variados … y políticos. Y no me cabe ninguna duda de que aunque el libro de Paulos se refería a la situación en los Estados Unidos, lo que explica es perfectamente válido para España, lugar del planeta donde al parecer la unidad de superficie oficial ya no el kilómetro cuadrado que estudiábamos en el bachillerato, ni aún la más modesta hectárea, ni siquiera la rural fanega, sino el campo de fútbol, que es la medida utilizada en los telediarios para evaluar la superficie quemada por un incendio forestal entre otras aplicaciones. Muy revelador de nuestra hispana idiosincrasia.

Y aunque ya lo hacía antes de la lectura de aquel libro, desde entonces estoy mucho más atento ante la información numérica que transmiten los medios, poniendo en cuestión aquello que me llama la atención y alarmándome ante la divulgación que tienen ciertos disparates y lo que mucho que se tarda en ponerles coto, si es que se les pone. Un ejemplo especialmente llamativo lo tuvimos hace unos diez años, cuando Televisión Española emitió un reportaje sobre la violencia de género en el que se decía que “cada año 60 millones de mujeres mueren en el mundo por violencia de género”. Diversos medios de comunicación reflejaron el dato durante varios días, sin ningún comentario al respecto. Yo lo leí el diario nacional que más habitualmente frecuento y me chocó enseguida, me parecía un valor excesivamente alto. Así que eché unas sencillas cuentas, y teniendo en cuenta que la población de la Tierra era entonces de algo más de 6000 millones de personas y que la esperanza de vida media a nivel global estaba y sigue estando algo por encima de los 60 años, se podía estimar que cada año mueren en el planeta unos 100 millones de personas (uno de cada 60), de los que aproximadamente la mitad, unos 50 millones, habrían de ser mujeres. Es decir, ¡que todas las mujeres que mueren en la Tierra, y puede que alguna más, lo hacen a consecuencia de la violencia de género! ¡Si es que los hombres somos unos salvajes!
No recuerdo que se publicara ninguna rectificación de aquel absurdo dato, lo cual lo hace doblemente preocupante: por un lado, implica que es posible que el dato calara y, al menos durante un tiempo fuera esgrimido por quien estuviera interesado en usarlo; por otro, que los medios de comunicación que lo divulgaron no consideraron que fuera un error lo bastante grave como para dedicarle al menos una fe de erratas.
Pero sin necesidad de llegar a los extremos del ejemplo anterior, pongamos un caso muy reciente, ocurrido hace apenas un mes, el 20 de marzo de este año, cuando nuestro ínclito líder planetario anunció, dentro de las medidas anticrisis, que el ahorro de un 20% de la energía consumida por 2.000 edificios oficiales permitiría a las arcas del Estado dejar de desembolsar ¡3.000 millones de euros! Es decir, esos 2.000 inmuebles tendrían una factura anual de 15.000 millones de euros, a razón de 7,5 millones por edificio (¡!). La información fue publicada tal cual por todos los medios, y no fue hasta al día siguiente (o al menos yo no lo ví) cuando algunos periodistas se dieron cuenta del disparate, entre ellos el columnista Santiago González, que con su ingenio habitual y con unas sencillas cuentas nos hizo ver que esos 2.000 edificios debían consumir el equivalente al 1,5% del PIB español, al 34,5% de la recaudación por IVA del año 2009 o al 60,94% de la aportación del sector energético al PIB. Incluso a algunos reconocidos periodistas especializados en asuntos económicos se les pasó por alto lo absurdo del dato y tardaron lo suyo en reaccionar.
Y lo verdaderamente preocupante, insisto, es la poca importancia que le damos a estas cuestiones, mientras que algunas tonterías como el uso del palabro “miembras” por la Ministra de Igualdad dan lugar a ríos de tinta y a la permanente descalificación de su inventora (cuya errática gestión y cuyo inútil ministerio tampoco tengo ningún interés en defender, por otra parte). Y vale que nuestro inefable Presidente no es precisamente un experto en números y que casi seguro que hizo novillos al menos una de las dos tardes que Jordi Sevilla iba a dedicar a explicarle los rudimentos de la Ciencia Económica, pero es que ese tipo de disparates numéricos están a la orden del día, sin duda en muchas ocasiones con un directo ánimo de manipulación, como ocurre con el caso del sueldo de los funcionarios, colectivo al que pertenezco, y que supuestamente ha visto incrementar sus ingresos de modo exagerado durante la última década (¿?).
Por eso me alegra tanto que en estos días en que la sinrazón y el sentimentalismo más obtuso se impone por doquier, con la gran mayoría de los medios de comunicación y la casi totalidad de los partidos políticos de cierta comunidad autónoma, incluyendo a los que la gobiernan, con su presidente al frente, amenazando con declararse en rebeldía si el Tribunal Constitucional no decide lo que ellos quieren que decida, todo ello aderezado con una bacanal de referendos independentistas, pintorescos presidentes de equipos de fútbol que son más que club y xenofobia más o menos declarada; con nostálgicos de la Segunda República, aunque hayan nacido décadas después de su breve y sufrida existencia, jugando al antifranquismo con la excusa de apoyar a cierto juez estrella tan ducho en meterse en mil berenjenales como en salir airoso de ellos gracias a sus poderosos apoyos; con políticos regionales de todo signo intentando apropiarse las aguas que atraviesan el territorio de su comunidad autónoma, o erradicar la lengua común de todos los ámbitos en los que tienen competencias, e incluso de aquellos en que no las tienen; todo ello sin tener en cuenta, o al menos intentando esconderlo a los ciudadanos-votantes, los costes económicos que tienen todas estas actuaciones, sea excavar fosas comunes para desenterrar cadáveres de hace 70 años, sea imponer a dos millones de ciudadanos una lengua relicta y endiabladamente difícil de aprender; por no hablar de los que tendría la independencia de un territorio de con más de 7 millones de habitantes; me alegro tanto, decía, que en medio de todo de este batiburrillo de victimismo, insolidaridad y revanchismo, de derechos históricos, deberes prehistóricos y experimentos de ingeniería social, de egoísmo, ignorancia y manipulación, todo ello envuelto por unas u otras banderas, que siempre se puede encontrar alguna para estas cosas, haya un partido, el mío, que dedica sus esfuerzos a estudiar y posteriormente explicar a los ciudadanos cosas como que el derroche del Estado Autonómico supone casi 24.000 millones de euros, es decir, el 2,3% del PIB (o un poco más de lo que gastan en luz los 2.000 edificios oficiales que decía Zapatero). Creo que este es el modo correcto de tratar estas cuestiones, con cifras que todo el mundo pueda entender, aunque haya que usar como unidad de medida el salario de Cristiano Ronaldo, pues los gobernantes y los políticos en general no deberían estar ahí para manipular las emociones de sus, demasiado habitualmente, anuméricos gobernados, sino para resolver sus problemas, empezando por los relacionados con la economía, que son los que a todos nos afectan de verdad.

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